Cuando esperamos algo con muchas ganas, una cita amorosa, por
ejemplo, el tiempo parece ir tediosamente lento. Y cuando la situación anhelada
llega, las horas se pasan en un suspiro. Algo parecido ocurre con la percepción
del tiempo a medida que crecemos: en la niñez el reloj parece muy
lento pero cumplidos los cincuenta se acelera. ¿Por qué la
estimación del tiempo cambia con la situación, la etapa de la vida o incluso en
algunas patologías como el párkinson?.
Todos
estos ejemplos apuntan en la misma dirección, como recoge una investigación publicada en la revista «Science»,
que señala como responsable a la dopamina, el neurotransmisor implicado en el amor, la
recompensa, la motivación y el movimiento, entre otras
funciones. La idea no es nueva.
La
vieja hipótesis del «reloj de dopamina» dejaba en manos de esta sustancia la medida del tiempo
«subjetivo» o psicológico, como el que se estima durante una
espera. La capacidad de medir con precisión esos periodos depende de factores
como la motivación, la atención y las emociones, como ilustran los ejemplos
previos.
Sin
embargo, a diferencia de la visión o
audición, el juicio sobre el tiempo no está ligado a ningún órgano de los
sentidos. Pero su estimación es crucial para la supervivencia en todas las
especies. Desde un animal que busca comida en terreno abierto a merced de sus
depredadores, a nuestra vida en la urbe, para decidir cruzar o no una carretera
ante la proximidad de un vehículo.
Se
sospechaba que las neuronas que producen dopamina, localizadas en el cerebro
medio o mesencéfalo, tenían un papel importante como reguladoras de este reloj
interno, pero faltaba encontrar la relación
directa entre las señales transmitidas por esas neuronas y el paso del tiempo.
Para rellenar ese hueco, neurocientíficos del Centro Champalimaud para lo
Desconocido (Lisboa) miraron la actividad de estas neuronas en ratones
adiestrados para calcular si un intervalo entre dos señales acústicas era más
corto o más largo que un segundo y medio. Por raro que parezca, después de
meses de entrenamiento, los ratones eran muy competentes para estimarlo.
Paralelamente,
se midió la actividad de las neuronas dopaminérgicas y vieron que su activación
o inhibición transitoria podía frenar o acelerar la estimación del tiempo. Si las estimulaban para
producir más dopamina, los ratones tendían a subestimar el tiempo,
y si las silenciaban, tendían a sobreestimarlo. «Esto, junto con las señales de
origen natural que observamos en el experimento previo, demuestra que la
actividad de estas neuronas es suficiente para alterar la percepción del paso
del tiempo», explican los investigadores.
¿Se puede extrapolar este resultado a los humanos? Es posible, pero el problema, advierten los
investigadores, es que lo observado en ratones «no puede decirse que sea una
percepción, ya que los animales no pueden expresar lo que sentían». Sin
embargo, apuntan a dos hechos que podrían
corroborarlo. El primero, «la capacidad de los jóvenes amantes,
con su cerebro inundado de dopamina, para permanecer despiertos toda la noche
hablando, sin notar el paso del tiempo». Y el segundo, algo más científico, la estimación del tiempo mucho más
lenta en las personas con párkinson, una enfermedad en la que
hay un déficit precisamente de dopamina.
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